Europa está sentenciada entre una casta de políticos traidores y miserables y una ciudadanía dormida, entretenida con los teatrillos de política local que actúan como si hubiera un encuentro deportivo, con sus hooligans que aman sin crítica al equipo propio de mangantes y odian con saña a los equipos contrarios. Una ciudadanía cuyo objetivo máximo es no ser acusada de fascista, machista, homófoba, racista, negacionista o conspiranoica. Adjetivos estos que adornan a cualquiera que cuestione el teatrillo local.
Mientras, en la Torre de Saruman que es la Unión Europea, el teatrillo tiene otro aspecto. Los que se pegan en La Comarca, allí se abrazan y dejan al descubierto que son equipos de un mismo patrocinador. Y así, entre abrazos, se ha aprobado la nefasta y buscada Ley de Restauración de la Naturaleza. Un bonito nombre para una ley malvada. Como todo lo que irradia la Agenda 2030, el nombre miente. Se ha aprobado, eso nos dicen, el 17 de junio, sin el nuevo parlamento formado, (primera sesión plenaria, el 16 de julio) entre una y otra legislatura. Por la puerta de atrás. Sin consenso. Sin tener en cuenta a los sectores afectados. Eso era la democracia, que unos tipos te impongan normas ideológicas contraproducentes por intereses espurios en un parlamento que asalta las soberanías a través de sus vendidos gobiernos.
Emergencia climática… Una emergencia exige acciones, legislaciones, restricciones, prohibiciones, subvenciones, inversiones…
La naturaleza debe ser restaurada y dejarla como estaba antes de que la mano del hombre la modelara, la optimizara, a veces la estropeara y otras muchas veces la protegiera. Los ríos deben seguir su curso sin trabas, y si falta agua, ya se venderá a precio de oro. Los terrenos de cultivo, la ganadería… deben dejar de nuevo paso al bosque y las praderas. Si falta alimento, hay gusanos y carne sintética. Y así, poco a poco, nuestros políticos restauran la naturaleza llenándola de placas solares que agostan y desertizan la tierra y de molinillos que afean el paisaje y eliminan buitres y águilas, que no deben de ser fauna autóctona. Gracias a esa ley, la Comarca de la tortilla de patata y los toros se va a quedar como antes de los romanos, cuando nuestros antepasados cabalgaban entre placas solares y se resguardaban del sol bajo un molinillo de metal.
Miren, por favor, esa naturaleza “restaurada” que brilla, metálica, bajo el sol, y miren los bolsillos de nuestros próceres, que es lo único que se restaura. ¿No sienten que nos están tomando el pelo?
Alicia V. Rubio Calle